LA REPRESENTACIÓN SOCIAL COMO BASE PARA LA
COMPRENSIÓN DEL CUIDADO BRINDADO AL ADULTO MAYOR POR LOS CUIDADORES FAMILIARES.
Autor: Asdrúbal Velasco
Profesor
Titular a Dedicación Exclusiva. Escuela de Enfermería de la Universidad de Los
Andes. Mérida, Venezuela.2019
Introducción
Cuando se presentó el trabajo con los cuidadores familias
del adulto mayor, se consideró su importancia por ser una labor exigente que
comprende la búsqueda constante del bienestar social y de salud de las personas
cuidadas, en vista de que el envejecimiento de la población y su tendencia
creciente es una de las principales preocupaciones mundiales, tanto en lo que
se refiere a su aspecto social como sanitario.
La Organización de la Naciones Unidas (ONU, 2011), en el
Informe Mundial sobre el Envejecimiento, reconoce que el mundo está
experimentando una transformación demográfica sin precedentes y que para el
2050, el número de personas de más 60 años aumentará de 600 millones a casi
2000 millones, y se prevé que el porcentaje de personas de 60 años o más se
duplique, pasando de un 10% a un 21%. Ese incremento será mayor y más rápido en
los países en desarrollo, donde se prevé que la población de edad se
multiplique por cuatro en los próximos 50 años.
Una consecuencia del envejecimiento en la mayoría de las
sociedades es que se reduce el número de personas que trabajan y generan
ingresos en comparación con el de las que no trabajan y dependen de los
ingresos generados por otros.
La relación de dependencia total del conjunto del mundo
se redujo de 74 a 55 personas dependientes por cada 100 personas en edad de
trabajar debido a una mayor reducción en la dependencia de los niños. (ONU,
2002). Se piensa que la relación de dependencia total será de 53 en 2025 y para
2050 llegará a 57 dependientes por cada 100 personas en edad de trabajar,
debido al aumento de la relación de dependencia en las edades más avanzadas.
En este sentido desde el punto de vista social, el
fortalecimiento del cuidado permite la producción de estrategias que fomenten
la conformación de redes sociales, donde el personal se capacite y de
soluciones en el mejoramiento de la calidad de vida del adulto mayor, haciendo
necesario y urgente la atención de las personas, con ciertas limitaciones
funcionales, motoras y psicológicas, así como contribuye a la reflexión sobre
la vida de los cuidadores que viven separados o con sus familias y las
implicaciones que esta separación tiene para el desarrollo de su vida. Para
ellos convivir con un adulto mayor, significa estar a la expectativa y de
satisfacer en la medida de lo posible las necesidades básicas, instrumentales o
avanzadas.
Con base a lo anterior el ensayo busca plasmar el valor
del cuidado humano y cuidar implica un nivel más alto del espíritu del ser. Las
experiencias se pueden ver reflejadas en las representaciones sociales que
estos cuidadores tienen con respecto al envejecimiento y por consiguiente, a
las acciones para brindar cuidado en esta fase de la vida.
La representación social
y el cuidado del adulto mayor
La situación
demográfica actual a nivel mundial indica claramente la tendencia al
crecimiento de los grupos de personas que superan los 60 años de edad. Desde
las últimas décadas, la población mundial va incrementando el número de
envejecientes, quienes cotidianamente plantean diversidad de necesidades
acordes a esa etapa de la vida. En este sentido, de acuerdo a la Organización
Mundial de la Salud (OMS), definió en 1974 el envejecimiento “como un proceso
fisiológico que comienza en la concepción y que ocasiona cambios, durante todo
el ciclo de la vida”. (OMS, 1998). De igual modo, el envejecimiento individual
ha estado presente como objeto de estudio en todas las etapas del desarrollo
social y ha sido siempre de interés para la filosofía, el arte y la medicina.
Sin embargo, durante el presente siglo más personas sobrepasan las barreras
cronológicas que el hombre ha delimitado como etapa de vejez y el
envejecimiento poblacional se ha convertido hoy en un reto para las sociedades
modernas.
La Organización
Panamericana de la Salud (OPS, 2004), en un informe preparado en conjunto con
el Instituto Merck para el Envejecimiento y la Salud en América Latina y el
Caribe (MIAH), refieren que para el 2025, al menos el 10% de la población
tendrá 60 años o más, y la población de adultos mayores, aumentará un 138%, es
decir, de 42 millones a 100 millones. Cabe destacar que el aumento de la
población adulta mayor en Latinoamérica y el Caribe se remonta, al menos en
parte, a los descubrimientos revolucionarios en medicina y en salud pública,
especialmente a la reducción de la mortalidad infantil, que comenzó después de
1930, y no a las mejoras en los estándares generales de vida. Esto requiere de
modificación de estilos de vida desde edades jóvenes, que les permita alcanzar
una esperanza de vida mayor.
Demográficamente
al igual que el resto de los países de Latinoamérica, Venezuela presenta un
cambio progresivo y acelerado de su pirámide poblacional. La reducción de la base de las pirámides desde 1990, y
proyección 2025, indica una disminución del porcentaje de la población de menor
edad, y a su vez un crecimiento del porcentaje de la población adulta. El
aumento de la edad media acumulará la mayoría de la población en los grupos que
se encuentran en la etapa más productiva de su vida. De acuerdo al Censo de Población y Vivienda
del 2011 en Venezuela existen 243.425 personas de 80 años y más, y en el 2015
habrá 323.575 personas (Instituto Nacional de Estadística INE, 2013).
Igualmente,
en Venezuela para el 2018, registró
una tasa de crecimiento interanual de 1,64% con respecto al año 2017. Entre 1950 y 2011, la población
total creció de 5.1 a 24.6 millones de habitantes, con una tasa de crecimiento
media anual de 3,14%. En estos años las relaciones de dependencia son las más
bajas, es decir, las personas en edad para trabajar (15 a 64 años = 23
millones) tendrán a su cargo menos personas dependientes (menores de 15 años =
3,7 millones y mayores de 64 años = 8,3millones) (INE, 2019). Al igual que
muchos países de América Latina, el proceso de envejecimiento se está dando sin
un desarrollo económico capaz de asegurar los recursos necesarios para
proporcionar a los grupos de mayor edad una calidad de vida aceptable (Martínez
y Fernández, 2008). En tal sentido, según el Informe “Género, Salud y
Desarrollo en las Américas: Indicadores Básicos del 2005” (OPS, 2013), la
Esperanza de Vida a los 60 años es de 82 para las mujeres y de 79 para los
hombres.
En los últimos treinta años del siglo XX la dinámica
demográfica se modificó por el intenso descenso de la fecundidad y por
consecuencia la estructura de las edades de la población. Es tiempo en que el
mundo comienza su destino demográfico al envejecimiento. Ahora la preocupación
por el cambio poblacional apunta a considerarlo como uno de los problemas
socioeconómicos más trascendentes del siglo XXI.
En este sentido, el envejecimiento es el cambio gradual e intrínseco
en un organismo que conduce a un riesgo creciente de vulnerabilidad, perdida de
vigor, enfermedad y muerte. Tiene lugar en una célula, en un órgano o en la
totalidad del organismo durante el periodo vital completo como adulto de
cualquier ser vivo.
En la
sociología de la vejez, los sistemas de cuidados se insertan en el campo más
amplio de la discusión académica sobre el apoyo social. en la economía del
envejecimiento, sin embargo, los cuidados se ubican en el ámbito de la
seguridad económica, puesto que si las personas mayores debieran pagar por los
servicios de asistencia que reciben de sus parientes, seguramente sus
probabilidades de ser pobres aumentarían notablemente.
Existen tres fuentes de cuidado
en la vejez: la familia, el Estado y el mercado. Ninguna de estas instituciones
tiene competencia exclusiva en la provisión de cuidado y, como resultado de
ello, no siempre existe una clara división entre la asistencia que presta cada
una, aunque sí hay diferencias respecto de la responsabilidad principal que se
les atribuye. Es por ello, que la red
de apoyo más importante para el anciano está constituida de hecho por la
familia (Marrugat, 2005), y en su rol de cuidadora de ancianos, ha sido
señalada por tener como objetivo, mayor seguridad emocional y mayor intimidad,
evitando al mismo tiempo los problemas psicopatológicos de la
institucionalización: despersonalización, abandono, negligencia, confusión
mental, medicalización exagerada y falta de afecto, entre otros. (Diéguez y De
los Reyes, 1999)
El cuidado
de los familiares a los ancianos enfermos provoca en ellos problemas de diversa
índole: influye en el desarrollo normal de sus actividades laborales, conlleva
a privaciones en el cónyuge e hijos y restringe su vida social, generando
agotamiento físico, estrés y angustia, e incluso provoca en ellos disfunciones
o desequilibrio en todos los miembros de la familia (De los Reyes, 2001). En
este sentido, cobran vida los cuidadores familiares, es decir, “la persona no
profesional que ayuda a título principal, parcial o totalmente, a una persona
de su entorno que presenta una situación de dependencia en lo que respecta a
las actividades de la vida diaria” (Confederación de Organizaciones de la Unión
Europea. COFACE, 2006). Esta ayuda regular puede ser proporcionada de modo
permanente o no, y puede adoptar varias formas, particularmente cuidados
básicos, ayuda en la educación y vida social, gestiones administrativas,
coordinación, vigilancia permanente, apoyo psicológico, comunicación,
actividades domésticas, entre otros.
El primer
cuidador familiar suele ser el cónyuge y frente al desborde, los hijos, suelen
ser quienes toman a cargo la tarea. En la práctica cotidiana son las mujeres
las que cuidan de sus maridos afectados por distintas dolencias y habitualmente
una de las hijas del matrimonio es la que debe continuar con la tarea (si es
soltera o viuda suele ser la convocada), los hijos varones en muy pocas
ocasiones se hacen cargo del cuidado de sus padres.
Estas
necesidades específicas son el terreno dentro del cual adquiere relieve la
figura del cuidador. Hoy día, el trabajo de cuidador, además de continuar
siendo ejercido por miembros de la familia, ha adquirido prácticamente niveles
de profesionalización, siendo cada día mayor la demanda de cuidadores capacitados,
por lo que el tiempo dedicado al cuidado a la salud y las características de
los hogares de los cuidadores y enfermos, son claves para determinar la
percepción acerca de la realización del cuidado, visto como la acción de cuidar
(preservar, guardar, conservar, asistir). El cuidado implica ayudar a la otra
persona, tratar de incrementar su bienestar evitar que sufra algún perjuicio.
En este sentido, es necesario conocer los aspectos socioculturales, la dinámica
del hogar, las necesidades de los hogares, así como la percepción de las
instituciones sobre el cuidado de los adultos mayores.
Cuando se
trata del cuidado de las personas en el hogar, la responsabilidad recae
principalmente en la familia, especialmente en las mujeres del hogar (Velasco,
2010), bien sea, por asignación sociocultural, elección del enfermo o auto
asignación. Sin embargo, existen otros miembros del hogar, vecinos y amigos,
que realizan actividades de cuidados adjudicadas a partir de su relación con el
adulto mayor, o por la aceptación del mismo, y este se realiza de acuerdo al
nivel de responsabilidad asignado y al tiempo disponible del cuidador. En este
sentido, las mujeres asumen el liderazgo para la distribución de actividades y
realizan las tareas de cuidado directo, y los hombres participan activamente en
tareas secundarias y/o de apoyo (Isla, 2000).
La Sociedad Española de Geriatría y
Gerontología (SEGG), considera que los motivos por los que se cuida a una
persona mayor, es que la mayoría de las personas que cuidan a sus familiares
están de acuerdo en que se trata de un deber moral que no debe ser eludido y
que existe una responsabilidad social y familiar, y unas normas sociales, que
deben ser respetadas. Sin embargo, no es ésta la única razón que puede llevar a
las personas a cuidar a sus familiares. La mayor parte de estos cuidadores principales son, como se ha visto,
mujeres: esposas, hijas y nueras. Hasta tal punto es así que ocho de cada diez
personas que están cuidando a un familiar mayor son mujeres entre 45 y 65 años
de edad. (SEGG, 2004).
Una de las
principales razones de que la mayoría de los cuidadores sean mujeres es que, a
través de la educación recibida y los mensajes que transmite la sociedad, se
favorece la concepción de que la mujer está mejor preparada que el hombre para
el cuidado, ya que tiene más capacidad de abnegación, de sufrimiento y es más
voluntariosa.
Por otro lado, la experiencia de cuidado está
muy influenciada por el tipo de relación que mantiene el cuidador y la persona
cuidada, antes de que esta última necesitara ayuda para continuar respondiendo
a las demandas de la vida cotidiana. El parentesco existente entre el cuidador
y la persona cuidada es un importante factor que influye en gran medida en la
experiencia de cuidado.
En la
enfermería, los conceptos de cuidar, autocuidado y cuidado de sí, aparecen
desde el surgimiento de la enfermería moderna. Varias cuestiones son expresadas
en la literatura al respecto del trabajo de las enfermeras, del concepto y
valoración de la enfermería y de la relación con las personas que reciben
cuidados de enfermería.
En este
sentido, Henderson, en la década del 50, enfatizó la participación del cliente
en el cuidado de sí mismo y definió que la función de la enfermería es prestar
asistencia al individuo, sano o enfermo, en el desempeño de las actividades que
contribuyen para mantener la salud o para recuperarla, actividades que éste
desempeñaría si tuviera fuerza, voluntad y el conocimiento necesario, de tal
forma que se logre tornarlo independiente lo más rápido posible. (Potter y
Peri, 1996 en Guillen 1999)
Entre tanto,
ocurren diversas situaciones en la vida de los ancianos, tales como la perdida
de la familia, recursos económicos insuficientes, conflictos familiares, y el
hábitat en viviendas inadecuadas, que interfieren en el desarrollo de su vida.
Esto hace igual, la particularidad de que los cuidados que deban brindarse a
los adultos mayores, estén condicionados por ciertas características, sociales,
económicas, culturales y educativas tanto de la persona cuidada como del
cuidador, lo que hace pensar que el conocimiento y la experiencia del cuidador,
son herramientas esenciales que permiten la satisfacción de las necesidades de
la vida diaria del adulto mayor.
Es así como cuidar
a un adulto mayor en el hogar, ofrece una gran cantidad de oportunidades y
experiencias para aprender a cuidar al anciano, siempre y cuando estén dadas
las condiciones sociosanitarias, económicas, de relaciones y educativas del
cuidador. Asimismo, esta relación permite un aprendizaje y la estructuración de
toda una serie de ideas, creencias y conceptos que los cuidadores van
desarrollando en relación con el cuidado del anciano, razón por la cual se
torna fundamental, rescatar sus opiniones, experiencias, sensaciones y
emociones derivadas de su vida cotidiana.
Con base a
lo anterior, Pinto (2006 p. 57), hace referencia de una relación transpersonal “paciente – cuidador”, y señala que “el
cuidador puede ser la enfermera, o un miembro de la familia o un miembro del
equipo de salud, un amigo o un vecino”, ya que ejemplifica el proceso de
cuidado humano a humano y demuestra la mezcla de conocimiento científico de la
enfermera y el arte de la experiencia interpersonal. El valor del cuidado
humano y cuidar implica un nivel más alto del espíritu del ser. Cuidar
involucra un compromiso ético o moral hacia la protección de la dignidad
humana. Para Watson (1988), el cuidado significa “tratar al individuo como
persona, preocupación y empatía, proceso de comunicación y esfuerzo extra, ya
que es un fenómeno social universal que sólo resulta efectivo si se practica en
forma interpersonal”.
Las
experiencias se pueden ver reflejadas en las representaciones sociales que
estos cuidadores tienen con respecto al envejecimiento y por consiguiente, a
las acciones para brindar cuidado en esta fase de la vida. De igual modo, las
representaciones sociales se construyen a partir de la objetivación, es decir
de la consistencia dada a las ideas y coherencia entre las acciones y las
palabras, y a través de la aplicación de ese esquema conceptual, a la realidad
social y la vida cotidiana, es decir, al desarrollo de actos y de actitudes en
la sociedad. (Moscovici, 1961)
Las
representaciones sociales del cuidado brindado por los cuidadores familiares se
estructuran con base a tres dimensiones: la información, la actitud y el campo
representacional (imagen). La información se relaciona con los conocimientos
que los cuidadores tienen acerca del adulto mayor a partir de la comunicación
compartida socialmente y del tipo o forma de brindar los cuidados de acuerdo a
la capacidad funcional; de la muestra de las emociones y la sensibilidad
(actitud) que genera en el cuidador el adulto mayor, y del campo
representacional que se refiere al modelo o imagen que el cuidador se hace de
la acción del cuidado del adulto mayor. Cada cuidador es
diferente, no puede interpretarse de una manera estática y lineal la transición
de la persona cuidadora. A lo largo del proceso de cuidar, se irán manifestando
sentimientos y conductas propias de diferentes etapas y se observarán avances y
retrocesos.
Vistas desde este ángulo, las representaciones
sociales surgen como un proceso de elaboración mental e individual en el que se
toma en cuenta la historia de la persona, su experiencia y construcciones
personales propiamente cognitivas (Banch 1991).
Las representaciones sociales articulan campos
de significaciones múltiples que son heterogéneas. Llevan las trazas de los
diferentes lugares de determinación, pueden articular elementos que provienen
de diferentes fuentes que van desde la experiencia vivida hasta la ideología
reinante. Son una forma de conocimiento que tiene un carácter colectivo e
individual, esto coloca a las representaciones en dos universos teóricos
relacionados con las determinaciones sociales y con la conceptualización.
(Jodelet, 2000)
Es importante mencionar que la aprehensión de
la realidad se construye a partir de la propia experiencia de las personas pero
a la vez de la interacción que establece con otras, por lo que puede decirse
que el conocimiento que se adquiere en este proceso es construido y compartido
socialmente. En esta afirmación encontramos que en la persona influye lo que la
sociedad le transmite a través del conocimiento elaborado colectivamente y que
esto incide en como se explica la realidad y como actúa.
Vistas de esta forma, las representaciones
sociales se relacionan, directa y exclusivamente, con el sentido común de las
personas, debido a que parte de la propia realidad de los seres humanos.
Asimismo, son un producto social y, por lo tanto, el conocimiento generado es
compartido colectivamente.
En este sentido, las representaciones sociales de los
cuidadores se estructuran con base en 3 dimensiones: la información relacionada
con los conocimientos que los cuidadores
tienen acerca del adulto mayor a partir de la comunicación compartida
socialmente; de la muestra de las emociones y la sensibilidad que genera en el
cuidador el adulto mayor, es decir la actitud; y del campo representacional que
se refiere al modelo o imagen que el cuidador hace del anciano, por lo que
representa la forma que tienen las personas de interpretar la realidad
cotidiana.
Conclusión
Se trata de comprender los acontecimientos que se suceden
y que los motiva a realizar el cuidado. Se busca generar un conocimiento que
permita interpretar esa realidad, un conocimiento que dé respuesta al
significado personal y social, y que dé respuesta acerca de las prácticas
individuales y culturales, tomando en cuenta las perspectivas y experiencias de
las personas que la viven. Esto conduce a entender de cómo los cuidadores ven y
entienden la relación cuidado familiar – cuidado (Adulto Mayor). Es decir, el
análisis interpretativo de los datos obtenidos para determinar el perfil básico
de salud de los cuidadores familiares y adultos mayores que permita analizar el
riesgo para la salud, así como para medir el conocimiento acerca de los
cuidados brindados; y por el otro lado, la obtención de información e
interpretación de la misma, para comprender las emociones y la imagen
representacional del cuidador del adulto mayor.
El cuidador familiar actúa según el significado que el
cuidado del adulto mayor represente para él o ella. Este significado surge de
la misma interacción social y es modificado según el proceso de interpretación
que el cuidador le dé. Es decir, que los conceptos de las realidades que se
estudian adquieren significados especiales (Martínez, 1994). Es acá, donde se
explora también, las distintas interpretaciones sociales de la realidad: la del
cuidador familiar y la del investigador.
Es por ello, que investigar representa una forma
convencional de enfocar las
representaciones sociales del cuidado hacia los otros y hacia sí mismo, tomando
en cuenta el medio ambiente que influye de manera categórica, en el origen de
estos eventos.
Por lo tanto, se deja por entendido que lo que se busca
razonar en las representaciones sociales es el énfasis que se tiene sobre el
fin común, el mantener soluciones sociales donde las respuestas se generen de
manera participativa para el bien propio y para otros en general, de esta
manera se comprende mejor la producción del conocimiento como el resultado de
la unidad de diferentes áreas del saber, se valora la importancia del
comportamiento humano como propósito de formación en la práctica enfermero, y
se comprende la imagen representacional que del cuidado a las personas se hace
enfermería como profesión.
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